La estocada secreta… y yo
No siempre que se acaba (o se publica) una novela se queda uno contento con el resultado. En el caso de La estocada secreta sí puedo asegurar que estoy, como poco, satisfecho.
Lo que cuento
La estocada secreta es una novela a caballo entre la novela histórica y la novela negra que cuenta un hecho de armas, tan insólito como desconocido, sucedido en el Madrid napoleónico: el enfrentamiento en un duelo presenciado por miles de madrileños entre quince maestros italianos y quince maestros franceses —los treinta, soldados de la Grande Armèe—, capitaneados estos últimos por un mulato antillano al que la gran mayoría de sus compañeros de armas en el ejército despreciaba por el color de su piel.
Hasta aquí lo que podemos encontrar en la solapa de la novela. Pero, ¿cómo llegué hasta esta historia?
El hallazgo
Sin ánimo de resultar pedante (bueno, venga, un poquito), la historia me encontró a mí. Y es que me topé por casualidad con una referencia −apenas una línea− en el maravilloso ensayo Blandir la espada, de Richard Cohen.
En su libro, Richard comentaba de pasada un duelo a espada multitudinario que se produjo en el Campo del Moro de Madrid. Curiosamente, yo, que camino con frecuencia por dichos jardines, estaba leyendo el libro en uno de sus bancos de piedra. Esta es la típica casualidad que metida en el argumento de una novela no cuela, no es creíble. Pero en este caso es verdad. Por eso me limito a mencionarla.
Ya de vuelta a casa, con el duelo al que aludía Richard resonando en mi cabeza, comencé a buscar tan extravagante hecho de armas por diferentes medios (libros, internet, documentos…). Y nada. No existía. ¿Cómo era posible?
Como el bueno de Richard citaba (menos mal) sus fuentes historiográficas, mi pequeña investigación encaminaba inevitablemente mis pasos hacia Francia. Y allí −a sus libros al menos− tuve que acudir con mi deficiente francés como sable de asalto.
Y sí, algo encontré. No mucho, la verdad. Pero sí lo suficiente para conocer a un maestro mulato de la espada cuya biografía era merecedora de convertirse en una saga histórica (espero que algún día, un escritor francés −a ser posible− se ponga manos a la obra y me dé ese gusto).
La investigación
La vida de Jean-Louis Michel me pareció tan fascinante que, como toda buena investigación que se precie, tuve que ir a presentarle mis respetos. A Montpellier −vale, era una excusa para estirar las piernas, lo admito−. Y de allí al cementerio de Saint-Lazare, a ver su tumba, claro. Una tumba con una capillita en forma de punta de espada que compartía con su mujer.
Pero −tachán− aquí viene la siguiente sorpresa: su mujer se llamaba Pepa Montes, españolaza de tomo y lomo. ¿Cómo había venido a parar una española aquí? La pregunta no era mala. Y la respuesta está en la novela, por supuesto, pero llegar a ello me costó centrar la investigación en la biblioteca Jean Paul Sartre de la misma ciudad.
Tuve que bucear en la historiografía francesa para encontrarle la pista al maitre Michel porque en la española apenas hay rastro. (Por hacer un chiste malo, los franceses arramblaron con todo en su huida a Francia, desde cuadros y tesoros hasta las buenas historias).
El caso que, perdido entre catálogos, registros y relaciones de dicha biblioteca descubrí algunos aspectos interesantes de la vida Jean-Louis, como que su hija (suya y de su señora esposa española) también fue espadachina. Toma ya. Y de las buenas. Lo que me da una idea de por dónde debería ir encaminada una segunda parte de esta novela… en caso de que La estocada secreta se convierta en un best-seller mundial (cosa harto improbable, aunque cosas más raras se han visto…).
En fin, que acababa de darme cuenta de que tenía entre mis manos los elementos necesarios para componer una novela. Y era de las que me gustaban, cocinada con una receta tradicional: haga una buena masa con Historia; cuando la masa haya fermentado añádale unos elementos de novela negra y métalo en el horno de la guerra de la Independencia durante, ejem, dos o tres meses.
Y ahí estaba, lista para su edición: una historia que había sucedido tan, tan cerca de mi casa que tuve que ir a buscarla −ironía− a más de mil kilómetros.
LA VOZ DE HOMERO: cómo lo cuenta
Pero para que lo que pretendía contar resultara interesante, tenía que encontrar una forma de contarlo que resultara accesible, sí, pero también diferente, por lo que me inventé una nueva persona narrativa. No es broma.
A nivel formal la novela da la impresión de estar narrada en tercera persona; sin embargo, como se adivina en las primeras páginas, se trata de la narración en primera persona de un ciego que cuenta a la reina Isabel II el relato de aquel duelo, que él mismo contempló cuando era apenas un gurrumino y conservaba la vista intacta.
¿Por qué avanzar con este difícil equilibrio formal? Ya que se trata de una narración que en ocasiones ha de ser muy precisa, como en los duelos, debía dar la sensación de ser objetiva y omnisciente. Pero el peligro de que la narración fuera de una tercera persona hacía que resultara lejana, pesada y previsible. De ahí este pequeño invento de la primera-tercera persona narrativa, que sin duda funciona. O eso quiero creer.
UNA NOVELA NEGRA EN EL SIGLO XIX
La novela no se limita a articular y desarrollar un hecho de armas, sino que en paralelo desarrolla una novela “policiaca” en la que se busca al responsable de haber provocado que el ejército francés se desangrara en una guerra fratricida en la que el honor de los contendientes se muestra por encima de sus propias vidas, del ejército, incluso del Imperio.
Argumentalmente, la aguadora −nuestra Pepa Montes− que se dedica a llevar agua a los esgrimistas en el duelo es señalada como la instigadora de todo el conflicto, acusada de actuar al servicio de la resistencia, por lo que su supervivencia estará ligada a la capacidad del capitán mulato para acabar con sus enemigos italianos en el duelo.
EL AGUA COMO ELEMENTO VERTEBRADOR
En un Madrid sediento (y sobre todo hambriento), el agua tiene una importancia capital en toda esta historia. Desde el propio río, con sus aguas bastas y poco potables, hasta las fuentes que rellenan con sus diferentes sabores y aromas los cántaros de las aguadoras. El origen de los diferentes arroyos, de las diferentes aguas, es una de las claves para identificar —en esa trama policíaca— al responsable de la guerra interna que vive el ejército francés y que amenaza con hacerlo colapsar.
RACISMO
El racismo es otro de los elementos desarrollados como trama secundaria, pero también como el elemento de la evolución psicológica del protagonista, un maestro de esgrima con el alma dividida entre dos naciones, entre dos colores de piel, entre dos ideologías entre dos amores…
LAS DOS ESCUELAS DE ESGRIMA
Las dos principales escuelas de esgrima de la época —la francesa y la italiana— se enfrentan a muerte —pues es bien cierto que la escuela que ganó el duelo se impuso en toda Europa— en el Campo del Moro a pesar de la llegada inminente de las tropas liberadoras de Wellington y para pasmo de los madrileños sobrevivientes al hambre y las matanzas provocadas por esas mismas tropas que ahora ven luchar a muerte entre ellas.
En la novela se intenta reflejar el estilo sobrio y elegante de la francesa frente al estilo fulminante y basto de la escuela italiana de esgrima. Y para hacerlo tan creíble como se pudiera llegué a recibir algunas clases de esgrima.
EN RESUMIDAS CUENTAS
En fin, da la sensación de que he escrito esta novela para tener una excusa para viajar, recibir clases de esgrima y probar algunas de las tapas de la taberna del Mediodía que (parece mentira) aún sigue abierta en el Madrid de los Austrias desde la época de Napoleón. Y puede que sea cierto.
Pero, bromas aparte, quiero terminar con una frase del protagonista de La estocada secreta, Jean-Louis Michel. Una frase real, no de mi novela; y que muestra lo avanzado de su pensamiento y la amplitud de su corazón en una época en la que la muerte era tan cotidiana como inevitable: “el duelo a muerte es una plaga para la sociedad”. Touché.
Marcos –
¡Una novela histórica fenomenal!